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  • Alejandro Deustua

Rusia y un Nuevo Escenario Estratégico

La aplastante respuesta militar rusa al intento de Georgia de retomar un territorio separatista marca un punto de inflexión estratégico en Europa y el mundo.

En efecto, desde la implosión de la Unión Soviética, Rusia ha recurrido por primera vez al uso de la fuerza fuera de su territorio rompiendo un modus vivendi que ha durado apenas 17 años. El proceso de recuperación del poder convencional ruso y su disposición a usarlo anuncia la voluntad de consolidar su área de influencia, su eventual proyección global (incluyendo el Medio Oriente) y la redefinición de su vínculo con Occidente.

En ese tránsito, Rusia se ha empeñado en asegurar la periferia de su viejo imperio contestando, en el terreno, la disposición de la alianza atlántica a afianzar ese escenario en al ámbito occidental.

La imprudente acción de Georgia ha permitido esta evolución estratégica cuyo aparentemente sobredimensionado formato militar estuvo, quizás, planificado desde hace tiempo.

Luego de la “pacificación” de Chechenya, éste cumple, además, con varios propósitos concretos: evitar mayor fragmentación en el área, reiterar la oposición rusa a la incorporación de Estados ex –soviéticos a la OTAN (especialmente de Ucrania), mantener un acceso libre al Mar Negro (hoy cuestionado por la precariedad de la flota rusa en el área), fortalecer el control de la producción de hidrocarburos del Cáucaso y de su distribución en Europa y mostrar a sus más firmes opositores en Europa Central y el Báltico su reacción frente a eventuales “provocaciones” por esos Estados.

En Europa Central, el mensaje va dirigido en especial a la República Checa y Polonia que negocian con Estados Unidos la instalación de radares y misiles antibalísticos frente a una amenaza iraní. Rusia considera que esos emplazamientos están dirigidos contra su territorio.

Y en relación a los países bálticos (con los que Rusia “limita” a través de el enclave de Kaliningrado), el mensaje consiste en recordar la vigencia del arma demográfica: en esos países existen importantes minorías de filiación rusa cuya nacionalización no ha terminado de clarificarse. Teniendo en cuenta que la rusificación de la población de Osetia del Sur y que el casus beli ruso contra Georgia se basó en la defensa de ciudadanos rusos, los países bálticos, que siempre resistieron su incorporación a la Unión Soviética, temen que la misma razón pueda ser esgrimida en su contra.

Esta situación complica seriamente la relación de Rusia con la Unión Europea y Estados Unidos. Más allá de que la UE haya negociado los términos generales del cese del fuego en Georgia, el hecho es que la periferia de su territorio confirma su alta propensión al conflicto en escenarios donde Rusia influye determinantemente.

La tragedia de los Balcanes (de la que la secesión de Kosovo es la más reciente muestra) fue el primero de ellos. Rusia perdió allí, con la derrota de Serbia, considerable influencia. Ahora no tolerará que lo mismo ocurra en el Cáucaso.

En tanto ello implica a socios norteamericanos (Georgia y Ucrania) y potenciales miembros de la OTAN, la relación con Estados Unidos se complicará más allá de que la primera potencia considere que Rusia no debe comportarse como la Unión Soviética.

Frente a esta emergencia estratégica América Latina no se presenta cohesionada y el incentivo para que se establezcan en ella asociaciones contenciosas se ha incrementado. La vocación occidental del Perú deberá, en este caso, expresarse con la mayor claridad y prudencia.



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