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  • Alejandro Deustua

Seguridad Colectiva: La OTAN, Ucrania y el ISIS

Aunque ni la OTAN ni Rusia han calificado el conflicto ucraniano como una guerra, ésta ya se ha desatado en ese Estado de Europa del Este. La gran movilización de tropas, el empeño sustantivo de otras capacidades y alianzas y un estimado de más de dos mil muertos (que supera el rasero de mil establecido por el SIPRI) así lo indican claramente.


Si la naturaleza del enfrentamiento es la de una guerra por intervención externa (una definición que a la que podría recurrir Occidente), Rusia preferiría referirse a ella como una guerra civil de la que no forma parte. Pero ninguna de los actores ha optado por estas alternativas.


Es más, la reiterada calificación de la acción rusa como una agresión que ha implicado intervención mediante aprovisionamiento de armas a los rebeldes de Ucrania oriental, soporte militar directo, transgresión de la frontera ruso-ucraniana por tropas rusas y emplazamiento de miles de estas tropas en los alrededores de la misma en ningún momento ha sido referida como propia de una guerra por ninguna de las partes.


De otro lado, la fina diferencia entre “agresión” y “guerra” tampoco se ha escondido en debates jurídicos.


En efecto, en el compromiso expreso de defensa norteamericana a los países bálticos expresado en Talin (Estonia), el Presidente Obama ha afirmado que la OTAN considerará la situación en Ucrania bajo el artículo 5 de la Carta de esa alianza que establece que la agresión a uno de los socios implica agresión a todos y, en consecuencia, todos están obligados a concurrir a la defensa del agredido. Punto.


Así, la espina dorsal de la seguridad colectiva de la OTAN se ha activado para la defensa de los estados bálticos y de los 28 miembros de la OTAN dejando de lado el término “guerra” conforme quedará confirmado en la cumbre de Gales de la Alianza Atlántica.


Además del ya anunciado emplazamiento rotativo de tropas norteamericanas en los países bálticos y del incremento de programas de entrenamiento conjunto y de ejercicios militares y de vigilancia naval y aérea (que también se realizan en el Mar Negro), la OTAN se prepara para formar una fuerza de despliegue rápido para confrontar amenazas a la integridad territorial de los miembros y quizás para el emplazamiento de otras capacidades militares en Polonia. Todo esto motivado por una agresión, no por una guerra.


Y a pesar de que Ucrania no es miembro de la OTAN, esta alianza ha reiterado su compromiso con la defensa de su integridad territorial para que ésta pueda elegir libremente cuál es su destino en el marco de la Comisión OTAN-Ucrania…en ausencia de guerra, por cierto.


Como se sabe, esta actitud ha llevado ya a dos rondas de sanciones económicas contra Rusia que, según el Presidente Obama, están afectando seriamente a la economía de esa potencia que ya se orientaba hacia la recesión y que ahora sufre la devaluación del rublo, la salida de capitales y la ausencia de mayor inversión extranjera (al respecto, los europeos –y especialmente Alemania- no están unidos sobre una nueva ronda de sanciones).


Todo ello ocurre sin mencionar el término “guerra” que técnicamente ya existe.


La explicación para esta peculiar situación parece sencilla. En efecto, tanto Estados Unidos, como los europeos y Rusia consideran, de momento, que no hay salida militar al conflicto (a pesar de que el presidente Putin ha recordado lo inconveniente que es confrontar a una potencia nuclear como la rusa). En consecuencia una alternativa negociada es la opción todavía pretendida. Obviamente, ésta sería mucho más complicada en un escenario oficialmente calificado de guerra.


Al respecto Estados Unidos avala el “plan de paz” del presidente Poroshenko (garantías de seguridad para los participantes en negociaciones, liberación de rehenes, creación de una zona de control fronterizo y corredores de salida para los combatientes además de la renovación de un alto al fuego).


A éste ha respondido el Presidente Putin con propuestas referidas al término de la ofensiva ucraniana y de la acción bélica de los rebeldes, el repliegue de la artillería ucraniana, el alto a la acción de la aviación militar, el canje de detenidos, el establecimiento de corredores humanitarios para el desplazamiento de refugiados y la entrega de ayuda e inicio de la reconstrucción de la infraestructura dañada. En ese plan Rusia no se compromete a un alto el fuego (que, sin embargo, sí deben activar los bandos ucranianos) porque el Presidente no considera oficialmente que Rusia esté implicada en el uso de la fuerza.


Si las partes se han auto-restringido en el uso de los términos es porque probablemente no desean mayor escalamiento y porque esperan resultados concretos de una negociación sobre el más peligroso conflicto de la post-Guerra Fría en Europa.


Al respecto, la plataforma occidental es rígida: ninguno de los miembros de la OTAN reconocen la ilegal anexión de Crimea y tampoco permitirán la federalización de Ucrania de una manera tal que facilite la influencia directa o el control ruso sobre las provincias rebeldes. Estados Unidos ha agregado otra condición: no reconocerá zonas de influencia en el área.


Sin embargo, ése es el punto de partida ruso. En efecto, esa potencia tiene una zona de influencia en Ucrania que otorga dimensión europea a la naturaleza euroasiática del mayor Estado territorial del mundo. Sobre esto seguirá existiendo disputa porque la realidades de la geopolítica no han desaparecido y uno de sus baluartes son las zonas influencia.


Por lo demás, es alrededor de este punto que los latinoamericanos estaremos involucrados contrariando la tesis de que la región está felizmente alejada de los principales centros de conflicto.


Así, si Venezuela, Bolivia y Nicaragua, entre otros, han expresado algún tipo de apoyo político a Rusia es porque esperan alguna retribución en su recurrente desafío antinorteamericano. Y también porque están dispuestos a albergar algún tipo de presencia rusa en el área.


Estos países del ALBA parecen no recordar la posición que, sobre la negación de zonas de influencia, adoptaron en relación a la presencia circunstancial de la aviación norteamericana en Colombia para la lucha antinarcóticos. Sin embargo, hoy parecen preparar el camino para aceptar eventuales bases rusas que compensen la expansión de la OTAN hacia el este a pesar de que Rusia consideró, como sigue ocurriendo, que esa expansión atenta contra su seguridad territorial.


De otro lado, la variante estratégica por la que optó el Perú durante el gobierno militar de la década de los 70s del siglo pasado está pasando factura. Si una parte significativa de nuestro aprovisionamiento militar seguirá siendo ruso, ello limita la capacidad de acción de la política exterior que, por lo que está en juego (la estabilidad y seguridad de un socio estratégico como la Unión Europea), debería abandonar la neutralidad y expresar una posición de apoyo a las potencias occidentales.


Y si ello pareciera excesivo, quizás se podría respaldar una posición similar en defensa de los principios de salvaguarda de la integridad territorial de los Estados y de la no intervención. Especialmente ahora que esos principios están siendo cuestionados por Rusia tras el manto del principio de autodeterminación de los pueblos en Ucrania del Este.


Una posición peruana de naturaleza parecida es necesaria además para contrapesar, en Suramérica, la ganancia geopolítica adicional que pretenden los países del ALBA.


Pero el Perú debe ir más allá. Ya que se ha pronunciado nuevamente sobre la defensa de principios (en este caso, sobre la vulneración de derechos humanos a propósito de las decapitadas cabezas de dos periodistas norteamericanos asesinados por el ISIS), bien podría, de una vez, clarificar su posición. El Perú no puede admitir la formación del califato islámico que cercena territorios de Irak y de Siria y, mucho menos, cuando ello ocurre a manos de una banda terrorista heredera de Al Qaeda.


Esta posición debe expresarse claramente por dos razones adicionales. Primero, porque aclara a nuestros socios occidentales qué terreno pisamos en momentos definitorios para el sistema internacional (la OTAN se pronunciará sobre la materia). Y segundo, porque si en el pasado no lejano hubo presencia terrorista en la región procedente del Medio Oriente, las posibilidades de que ésta se incremente ahora parecen haber aumentado.


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