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  • Alejandro Deustua

Si Rusia No Desea Aislarse Debe Dar Muestras De Ello

El pasado 4 de diciembre el Presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin, dio a entender en su mensaje anual a la Asamblea Federal que no sólo no desea sino que no está dispuesto admitir o fomentar mayor aislamiento.


En efecto, sostuvo, “bajo ninguna condición” está en sus planes limitar más la relación con Estados Unidos ni con la Unión Europea y que, más bien planea mantener los vínculos con África y el Medio Oriente y “restaurar y expandir” relaciones “tradicionales” con Suramérica.


A pesar de la crítica relación con un buena parte de la comunidad internacional (y no sólo con potencias occidentales) derivadas de la ilegal anexión de Crimea y de las fricciones subsecuentes, esa expresión de deseo debe ser bienvenida en la región. Pero no incondicionalmente.


En efecto, a pesar de que el Presidente Putin ha reiterado su versión de los hechos ocurridos en Ucrania a principios de año (que él califica de golpe de Estado), de que ha insistido en la legalidad del referéndum que patrocinó la decisión del parlamento de Crimea de incorporarse a Rusia y de que ha agregado significado religioso a esa anexión calificando a Crimea como cuna de la cristiandad de la que devino la identidad rusa, la autojustificación del hecho de fuerza no le da la razón.


Como se sabe, ese referéndum se llevó a cabo al margen de la ley ucraniana y en el marco de una rebelión armada que se ha arraigado en la parte oriental de ese país a la que Rusia ha contribuido con soldados y armas.


Peor aún, los hechos, que han sido condenados por una resolución de la Asamblea General de la ONU, se inscriben en el intento ruso de revisar las fronteras de 1991 en función de la recuperación no sólo de territorio que fue parte de la Unión Soviética sino del esfuerzo de restauración del status de gran potencia.


Como consecuencia, Rusia ha sido objeto de sanciones internacionales que el Presidente Putin desea presentar como parte de una orquestación occidental equivalente a la doctrina de contención de la superada Guerra Fría.


Esta argumentación no sólo no corresponde al desarrollo de los hechos principales, cuyo contexto es turbio, sino que plantea una conclusión estratégica inverosímil. Si Rusia estima que hoy se le aplica una doctrina elaborada a finales de los años 40 del siglo pasado, estaría afirmando que el contexto en que ésta se gestó –el del sistema bipolar ideológicamente fundamentado- sigue siendo parte del escenario estratégico principal.


Ello puede llevar a conclusiones peligrosas como el renacimiento de la doctrina de la disuasión nuclear del momento y a los riesgos consecuentes. Es más, si el Presidente Putin deseara retrotraer la historia a ese punto, el tipo de relación que busca con Suramérica tendría que ser definida por el Perú como la que se mantiene con potencias divergentes a la busca de espacios para actuar en el marco de un incremento de la confrontación con potencias dominantes y coincidentes (Estados Unidos y Occidente) como ocurría entonces.


Como dudamos que esa sea la intención del Presidente Putin, su decisión de no aislarse pasa por encontrar una solución a la crisis de Ucrania. Ello implica cumplir con los términos de la tregua negociada en Minsk en setiembre pasado (y que probablemente la gelidez del invierno contribuirá a implementar más allá de la voluntad de las partes) para, a partir de allí y con la ayuda de la Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa (OSCE), proceder a realizar elecciones locales, establecer el autogobierno en Donetsk y Lugansk y el retiro de todas las fuerzas ilegales del terreno.


Entonces se podrá evaluar el problema de Crimea que es ciertamente una zona de influencia rusa pero que no corresponde a su soberanía. De lo contrario, Rusia persistirá en una situación de vulneración del Derecho Internacional Público que el paso del tiempo no convalida y devendrá definitivamente en una potencia con la que la relación bilateral no podrá ser normal ni confiable.


Ello conspira contra el deseo ruso de extender y normalizar su relación con los países suramericanos al tiempo que agrega a la naturaleza periférica de éstos y al carácter funcional que se les atribuye en la conformación de un orden multipolar, un elemento de balance de poder en la relación con Estados Unidos que algunos suramericanos no deseamos.


Entendemos que la fragmentación política suramericana facilitara que Rusia estableciera relaciones privilegiadas de carácter militar con Venezuela. Y que ésta alimentara intereses sistémicos convergentes con los ahora decaídos BRICS o simplemente antinorteamericanos como en el caso de Argentina y, especialmente, con Bolivia. Pero no es ése el caso de los países de la Alianza del Pacífico. Como integrante de esa agrupación, que comparte una visión liberal del mundo, el Perú debe buscar una relación diferente a la de los años 70 con la potencia euroasiática.


En efecto, los integrantes de la Alianza del Pacífico no parecen desear que Rusia, intentando balancear a Estados Unidos, traiga de nuevo al Caribe y a Centroamérica intenciones y capacidades principalmente vinculadas a la inteligencia y a la influencia militar mediante el establecimiento de bases permanentes o de aprovisionamiento para operaciones de largo alcance (y hasta generadoras de eventuales garantías de seguridad para el despliegue de infraestructura que China pudiera construir en el área). Por lo demás, estos riesgos advierten que el discurso del Presidente Putin no se refería sólo a Suramérica sino a América Latina.


Aunque Rusia sea un proveedor principal del Perú en materia armamentista esta condición no requiere de elementos adicionales que otorgue a la relación bilateral una dimensión disfuncional como sí ocurre con los Estados mencionados. Lo que el Perú desea es una relación constructiva con una potencia reemergente en todos los campos dentro del marco del respeto mutuo mientras éste se mantenga dentro de normas básicas de convivencia internacional.


A estos efectos, es preocupante la situación económica rusa en tanto puede inhibir ese tipo de relación. En efecto, Rusia, con una proyección de crecimiento menor del 0.5% este año, parece hoy demasiado cerca del estancamiento (una realidad que no se oculta en Moscú). A ello ha contribuido la fuerte caída de los precios internacionales del petróleo cuyos ingresos equivalen a alrededor del 70% de las exportaciones totales y financian 50% del presupuesto en un contexto en que el precio petrolero ha caído por debajo de lo que necesita Rusia para no caer en recesión (US$ 90/100 por barril según The Economist y Bloomberg).


A este factor, típico de una economía cuyo crecimiento depende de la exportación de commodities, se agrega una fuerte fuga de capitales (para cuyo retorno el Presidente Putin ha establecido una amnistía) y una devaluación del rublo de alrededor de 25%% (que, sin embargo, puede funcionar como un estímulo a las exportaciones –entre ellas las agropecuarias, de buena productividad reciente-). Por lo demás, los apremios del pago de una deuda externa, que sin ser muy alta en términos del PBI, requiere desembolsos de US$ 130 mil millones el próximo año de una pasivo de US$ 500 mil millones en un escenario donde las empresas estatales reclaman mayor financiamiento público y en el que las “reservas reales” son menores a las que se publican.


Bajo estas condiciones poco propicias que las sanciones económicas han exacerbado, entrará en vigor la unión aduanera euroasiática (Rusia, Bielorrusia y Kazajstán a la que debió sumarse Ucrania) este 1 de enero.


Esto no es bueno para Rusia ni para sus socios europeos (las exportaciones e inversiones alemanas están fuertemente comprometidas y también bancos suecos y bálticos). Por lo demás, la desestabilización económica pueda expandirse con efectos mayores en mercados emergentes en problemas (peor aún si los especuladores apuestan contra ellos) como ocurrió en 1998.


Ésta es una razón más para que el interés ruso en América Latina se aleje de apremios militares y se empeñe más, luego de salvada la crisis si ello fuera posible, en un tipo de relación con la región menos ligada a la confrontación con potencias occidentales.


Y también es un llamado de alerta para los que piensan que nuestra relación con Rusia pasa por la aceptación de su prepotencia geopolítica.


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