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  • Alejandro Deustua

Un Nuevo Frente Terrorista

13 de julio de 2005



No cabe la menor duda de que la amenaza del terrorismo contemporáneo tiene una dimensión global. Así lo demuestran los atentados realizados en los últimos años en Europa (Londres, Madrid), Estados Unidos (Nueva York y Washington), Africa (Kenya, Tanazania, Somalia y Etiopía), Asia (Indonesia) y el Medio Oriente. En todos estos casos organizaciones fundadas en islamismo radical son agentes dinamizadores con probables vínculos entre sí. Por cierto, ello no resta responsabilidad a otras organizaciones de más limitado ámbito de acción geográfica.


Sin embargo, las investigaciones del bárbaro atentado realizado en Londres parecen confirmar la hipótesis de que un nuevo perfil del terrorismo global está emergiendo: el de las organizaciones locales ligadas, orgánica o ideológimanente, con organizaciones globales, con sus líderes o con sus causas. La reciente identificación de cuatro muslmanes británicos de origen paquistaní como autores del ataque contra ciudadanos londineneses que concurrían a laborar empleando el transporte público así lo indicaría.


Es más, las características de los cuatro criminales –jóvenes educados de vida familiar y religiosa corriente y residentes de Leeds- concuerdan preocupantemente con la advertencia de un investigador (1) aparecida en el New York Times (2). El investigador refiere que el Reino Unido alberga a criminales británicos de origen musulmán que han amenazado con llevar a cabo acciones terroristas o las han perpetrado entre el 2001 y el 2005. Estos bárbaros de aparience dócil pertenecen a un conjunto mayor: una gran cantidad de jóvenes muslmanes desempleados o mal integrados de los cuales 13% consideran que los atentados del 11 de setiembre están justificados y que creen, en su gran mayoría (80%), que la lucha antiterrorista es esencialmente una guerra contra el islam (idem).


La eventual reacción pública a este fenómeno ha sido contenida por el Primer Ministro Blair al declarar, inmediatamente después de la tragedia, que la inmensa mayoría de la comunidad islámica en el Reino Unido está compuesta por ciudadanos decentes y respetuosos de la ley. A ello se ha sumado el rápido rechazo del terrorismo por los dirigentes de esa comunidad religiosa.


Es más, en países como los nuestros, esas comunidades y otras, como las judías o las organizadas en torno a otras religiones, tienen también un adecuado comportamiento cívico y están formadas por ciudadanos respetables. Pero si el ámbito comunitario ligado a la profesión religiosa se amplía al conjunto ciudadano marginado, se puede llegar a la conclusión de que en el crimen organizado y en sus cimientos de pequeñas bandas de desadaptados, antes que en grandes organizaciones estructuradas, se nutre a los agentes presentes y futuros del terrorismo.


En todo caso, así piensan algunos estudiosos del problema. Y si así fuera, entonces estamos frente a una nueva fuente de terrorismo. Y su escala es mucho mayor que la estimada convencionalmente: si entre los excluidos y los pobres puede encontrarse el germen de la respuesta violenta a lo que se ha denominado alguna vez “violencia estructural”, entonces el contexto proclive a emplear el terror podría expandirse al conjunto de los países en desarrollo que caracterizados por esta problemática.


Esta conclusión es súmamente peligrosa porque complica potencialmente al conjunto de la sociedad en un fenómeno criminal, amplía infinitamente el ámbito de responsabilidad de la policía, genera desconfianza mayor entre países desarrollados y en desarrollo y promueve respuestas políticas genéricas a un problema específico como el terrorismo. En efecto, las propuestas populistas que sostienen que no se puede luchar contra el terror en tanto halla pobreza en nuestros países puede ser explotada por los articuladores de estos paradigmas sea como pretexto para no hacer nada frente a un problema de seguridad sea para ampliar las brechas entre los más y los menos favorecidos.


Sin embargo, ello no resta credibilidad a la hipótesis de que el vínculo entre el crimen común, el crimen organizado (las mafias del narcotráfico, del tráfico de armas y personas o las pandillas) y el financiamiento pequeño de ciertos movimientos religiosos, podría estar estableciendo un nuevo frente en el combate del terrorismo. Más aún, en sociedades donde el individualismo ha superado toda noción de bien común y sus miembros más agobiados interactúan con movimientos irredentistas y con fácil acceso a armamento proveniente del tráfico de armas, el fenómeno terrorista puede estar encontrando, efectivamente, un nuevo habitat.


Si el criminal atentado en Londres no debe distraer la atención del Estado en el combate de los grupos ya indentificados como terroristas, las organizaciones encargadas de su combate tienen probablemente ahora un escenario mucho más complejo que cubrir. Asumiendo como premisa que la lucha antiterrorista debe ser incrementada en su dimensión represiva, este nuevo cuadro de situación obliga a los gobiernos a impulsar con más urgencia políticas sociales de inclusión que acoten el campo de batalla local en un lucha que tiene alcance global y que pertenece esencialmente al ámbito de la seguridad.

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