El SIPRI acaba de comunicar su preocupación por el “posible inicio de una carrera armamentista en diferentes regiones del mundo con un clima sociopolítico tenso” (1). En América Latina la tensión contextual existe y también un sustancial alteración del balance de poder en ella, pero no una carrera armamentista.
La preocupación del SIPRI se basa en el incremento de 27% de las importaciones de armas convencionales en el período 2005-2009. De la evaluación de la estadística que publica se concluye, sin embargo, que esa preocupación debe centrarse en el Asia y en el Medio Oriente (pero sobre todo en la primera) donde la carrera armamentista puede ser ya una realidad.
En efecto, el Asia es de lejos, con el 41% del total de compras, el primer importador de armas convencionales (y no sólo en el período de referencia) mientras que las Américas con 11% (incluyendo las adquisiciones norteamericanas) apenas superan al 7% de participación africana.
Es más, de los cinco primeros importadores tres son asiáticos (China, India y Corea del Sur concentrando el 32% del total) y cinco de esos países (Singapur y Pakistán que se suman a los ya señalados) se ubican entre los principales diez compradores. Ningún Estado latinoamericano aparece en esa lista (Chile es ubicado en el puesto trece).
Por lo demás, en el ámbito asiático destacan las compras de China (9% del total) e India (6% del total). La concentración de los mayores volúmenes importadores en esos Estados es fuertemente correlativo con la disparidad existente entre las subregiones a las que pertenecen.
Así el Noreste asiático responde por el 46% de las compras del todo el continente (donde destacan las de China) superando de lejos al 27% del Sur del Asia (donde destaca India). Como tercer comprador se agrega el Sureste asiático con 20% pero calificando como el importador más dinámico del área en niveles extraordinarios (Malasia compró 722% más en el período 2005-2009 que en el período 2000-2004, Singapur incrementó sus compras en 146% en aquel período e Indonesia lo hizo en 84%).
Esta situación refleja hoy una carrera armamentista en el Asia (que se ha iniciado antes del último quinquenio). Su intensidad es concordante con las crecientes tensiones que trazan el nuevo balance de poder intra-asiático y también con la proyección global de las dos potencias emergentes (China e India han comprado 20% más pero sobre una base mucho más amplia).
A ese foco desestabilización en la cuenca del Pacífico y en el mundo se agrega, con evidencia, el Medio Oriente. Pero, si se tiene en cuenta las cifras del SIPRI, ello ocurriría más por la persistencia en esa zona del conflicto regional más longevo del mundo y por el incremento de la capacidad nuclear que alberga. Esa realidad no se refleja en la cifras de SIPRI sobre la adquisición reciente de armas convencionales.
En efecto, la estadística de ese organismo reporta que entre los primeros diez compradores de este tipo de armas sólo se encuentran, entre el 2005 y 2009, los Emiratos Árabes Unidos (6% del total) e Israel (3% del total). Ello confirma que los factores relevantes son allí la intensidad del conflicto regional (que incluye el terrorismo de alcance global) y los desbalances que generan las nuevas adquisiciones de armas de destrucción masiva.
América Latina no forma parte de esa problemática. Si bien el SIPRI reporta como preocupante el incremento de hasta 150% de las compras “americanas” en el período en consideración, la amenaza de una carrera armamentista debe definirse por su punto de inicio, la comparación con otras regiones y el desagregado de actores militarmente capaces en el escenario.
En efecto, el punto de inicio del repunte de las compras en la región es muy bajo en relación al Asia y son pocos los actores que han se han comprometido intensamente en ellas. Por lo demás, si de las “Américas” se restan las importaciones de la primera superpotencia (apenas 3% del total aunque Estados Unidos es claramente el primer exportador con 30% del total), el saldo latinoamericano es de 8% (apenas 1% más que África).
A esta capacidad importadora (que, a diferencia de Estados Unidos, Europa y Asia, define casi todo el mercado porque, salvo algunas excepciones, América Latina no es precisamente una gran productora de armas) de añadirse la fuerte concentración en las compras.
En el período destacan Chile (el 13º importador global), Brasil (que ha comprometido adquisiciones de Francia y otras fuentes por varios miles de millones), Venezuela (que ha comprado en Rusia) y quizás Colombia (que adquirió su stock antes del 2005). Como se sabe, las compras militares de los demás Estados latinoamericanos están muy por debajo de las realizadas por los Estados mencionados.
Ello muestra un gran desbalance en la región (y en Atlántico sur y el Pacífico sur en particular) pero no una carrera armamentista. En consecuencia, la obligación estratégica de los latinoamericanos (y específicamente de los suramericanos) es atenuar las brechas de capacidad primero y restablecer el equilibrio después.
Para lograrlo, la iniciativa diplomática debe orientarse a procurar que los compradores mayores atenúen sus gastos. Pero ello debe realizarse mientras se satisfacen los requerimientos de seguridad y defensa de los compradores menores. Especialmente si su punto de partida es muy bajo y no corresponde a sus requerimientos reales.
Por tanto, éstos deberían incrementar sus compras hasta donde sus necesidades de defensa y de proyección lo demanden. Esa es su obligación en un contexto regional con fricciones evidentes pero menores a las del Asia y del Medio Oriente. La simple denuncia de una carrera armamentista en el área no soluciona el problema del desequilibrio estratégico en el área ni, mucho menos, el de la relativa indefensión de no pocos de sus Estados miembros. El desarrollo es también una función de esa iniciativa siempre que se emprenda con objetivos razonables.
Commentaires