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  • Alejandro Deustua

Una nueva relación con Estados Unidos

Aunque se suscriba con la única superpotencia, un acuerdo de libre comercio debiera estar desprovisto del aura que marca los grandes cambios de la historia. Pero, si ese acto se ambienta en la poderosísima corriente de acuerdos comerciales bilaterales que Estados Unidos ha tejido en nuestro Hemisferio ­y fuera de él­ puede decirse que el inicio de las negociaciones del TLC constituye un punto de inflexión en la historia económica de nuestro país. Especialmente si de él se deriva un nuevo tipo de alineamiento con Estados Unidos y se consolida nuestra inserción en Occidente.


Para los que consideran la historia como la evolución de las civilizaciones, el desarrollo de grandes acontecimientos o la épica de extraordinarias personalidades, las negociaciones que empezaron el 18 de mayo en Cartagena, Colombia, constituyen, a lo más, pequeña historia. Pero es historia al fin y no meramente circunstancial porque de su resultado dependerá, en buena cuenta, el carácter de nuestro comercio exterior (que consolidará alrededor del 70% del mismo en Occidente, si se procede a suscribir luego el acuerdo con la Unión Europea y se institucionaliza el vínculo suramericano), los equilibrios de nuestra economía (que tenderán, probablemente, a favorecer más a los sectores hoy mejor desarrollados), la orientación de nuestra política exterior (que no podrá seguir siendo la misma si la relación de alineamiento "voluntario" transita a la de socio institucionalizado) y el status de seguridad (el compromiso con Estados Unidos tendrá necesariamente un reflejo político en este sector).


En términos de vinculación con el mercado norteamericano, ciertamente no estaremos en el caso mexicano (que destina el 85% de sus exportaciones a ese mercado), ni en el caso chileno (cuyo comercio exterior está mejor diversificado entre Europa, Asia y Estados Unidos). Pero si, por poner un ejemplo, la meta actual es duplicar el nivel de exportaciones globales y Estados Unidos, destino del 25% de nuestras exportaciones, es nuestro mayor mercado nacional (la Unión Europea es un mercado supranacional), es lógico que sea este mercado el que incremente su participación como destino de nuestra oferta exportable. La dimensión de ese redireccionamiento dependerá de la disposición de la Unión Europea a balancear ese destino.


Lo que suceda con las exportaciones, ocurrirá también con las importaciones que se incrementarán por efectos inerciales ­alterando quizás la balanza hoy superavitaria­ y por el aumento de la demanda si la economía crece estimulada por la mayor confianza que ambientará a la inversión nacional y extranjera (y, hoy, por un contexto externo favorable aunque cuestionado por algunos). Esta dinámica incrementará el bienestar, pero no necesariamente generará desarrollo si se mantiene las desigualdades actuales, los bajos niveles de productividad y una competitividad paupérrima. Más aún, si el TLC tiene un efecto concentrador no atajado por políticas redistributivas basadas en el mercado interno, el bienestar generado puede ser compensado por el malestar de los menos favorecidos.


Ciertamente que el resultado dependerá de la calidad de la negociación (por ejemplo, del grado de trato diferencial a otorgarse, del mayor o menor compromiso de estándares laborales y ambientales, de la mayor o menor flexibilidad de las reglas de origen, del mantenimiento o no de las normas que favorecen la producción nacional en las compras estatales, de la capacidad o no de reducir los subsidios norteamericanos agrícolas o compensar su influencia, de las facilidades financieras que puedan obtenerse para compensar las asimetrías y a los perdedores).

Pero, en tanto ésta probablemente no se diferenciará demasiado de las pautas ya marcadas por las negociaciones de los Estados Unidos con México, Chile, Centroamérica y la República Dominicana las ventajas quedarán mejor aseguradas si se preserva una capacidad nacional para potenciar los beneficios y minimizar los perjuicios. Las políticas nacionales para regular creativamente el impacto en el mercado interno debe ser resguardada (este es la materia de las cláusulas de salvaguardia).


Si para el gobierno, la negociación del TLC con Estados fue una opción desde el principio, para el Estado casi ha dejado de serlo. Aún teniendo claro el encuadre costo-beneficio, el TLC casi ya no es una alternativa (y menos si el MERCOSUR inicia una negociación en el futuro próximo) salvo que querramos mantener el status de Cuba o Venezuela. Nuestra alternativa consistió en negociar antes o después de consolidar el mercado suramericano. Logrado esto a medias, hoy debemos obtener la mejor ventaja de un escenario del que no podemos quedar al margen.

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