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  • Alejandro Deustua

Una Visita Estratégica

La visita de Estado que realizó el presidente García a Colombia tuvo un carácter estratégico que no fue suficientemente explícito ni promocionado.


Ciertamente esa dimensión de la visita no se origina en la filiación personal del presidente (Colombia lo acogió en su exilio), ni en la expectativa de institucionalización de una mecanismo "2+2" (la reunión de consulta de cancilleres y ministros de Defensa) que ya debiera ser un mecanismo establecido con todos los vecinos, ni en la evidencia de que Colombia sea el socio andino económicamente más importante.


La relación estratégica con Colombia empieza a definirse por la compleja relación en la frontera común que debe ser defendida de la influencia narcoterrorista, dinamizada mediante la integración local a ambos lados de la línea y precisada de común acuerdo debido a las alteraciones que produce la hidrografía de la zona.


Esa relación se perfecciona por el hecho de que con Brasil (el "aliado estratégico" oficial) y Chile (el socio contencioso), Colombia conforma el grupo de países liberales suramericanos que, con diferentes valencias políticas, se insertan en las cuencas amazónica y del Pacífico.


En la cuenca amazónica, seriamente comprometida por el crimen organizado, se requiere una asociación operativa más intensa. Esa situación reclama superar la etapa de intercambio de información y de coordinación política en el área para pasar a otra de operaciones conjuntas contra la amenaza común: el agente narcoterrorista.


Si éste es encarnado por quienes se incorporan a la cadena tradicional del narcotráfico que dominan las mafias en el Perú, es mejor y más evidentemente representado por la presencia influyente de las FARC en y sobre la frontera peruano-colombiana.


Sin embargo, esta realidad que es reportada por las autoridades regionales peruanas es persistentemente negada por el gobierno. En tanto no parece ser éste un problema de percepciones distorsionadas sino de denegación de hechos con implicancias de seguridad, la actitud cognitiva de nuestra autoridad central debe cambiar. Sobre esa base se podrá entonces combatir más efectivamente a las FARC reconociéndolas como lo que son: una fuerza narcoterrorista de proyección amazónica y extraregional que debe ser efectivamente confrontada, mediante mecanismos de seguridad colectiva eficientes, también fuera de Colombia.


De otro lado, en el ámbito de la cuenca del Pacífico las posibilidades de cooperación que abre el proyecto de organizar política y económicamente a los países latinoamericanos ribereños de esa cuenca es inmensa en el marco de la APEC. Ese potencial se incrementará más todavía si se incluye en el proyecto estratégico a la primera potencia del área: los Estados Unidos cuyos sustento geopolítico se asienta continentalmente en el hemisferio americano y marítimamente, de manera parcial, en el Pacífico. La racionalidad complementaria de esa realidad la brinda el hecho de que todos los países del "arco" tienen o tendrán un acuerdo de libre comercio con la primera potencia, desean la mejor relación con ella e intercambian intrahemisféricamente la mayor parte sus exportaciones.


La dimensión occidental del "arco" no sólo quedaría así asegurada sino que éste podría perfeccionarse a través de un mecanismo de asociación peruano-colombiano con la Unión Europea dentro o fuera de la CAN con la que la UE intenta hoy abrir negociaciones. Dado que algunos países de la subregión desean marginarse de ciertas áreas que normalmente corresponderían a un acuerdo de libre comercio, quizás Perú y Colombia podrían explorar una relación con el primer mercado regional del mundo a través de mecanismos de arquitectura variable en la que los europeos son expertos.


Esta inserción occidental de carácter multidimensional proporcionaría a Perú y Colombia inmensas posibilidades de interacción además de grandes ganancias de seguridad. Por lo demás, éstas disminuirían considerablemente las posibilidades de arraigo de la influencia antisistémica que, regional y extraregionalmente, promueve beligerantemente el gobierno de Venezuela.


Aunque el presidente García no ha regresado de Colombia con entendimientos claros en estas áreas, parece evidente que la agenda inicial establecida en Bogotá abre camino para que esos acuerdos puedan concretarse más adelante.

En lugar de ello, los presidentes de Perú y Colombia han discutido sobre la posibilidad de profundizar la relación de integración bilateral en el marco andino. Y lo han hecho señalando específicamente el ámbito de la inversión, los servicios y otras actividades financieras (incluyendo operaciones tan específicas como compras estatales conjuntas). Al margen de la definición que desee otorgársele al "espacio común" propuesto, ése es un gran paso para consolidar la presencia subregional en el mercado de capitales.


Ello no es sólo importante por la posibilidad de ganar participación y posicionamiento en ese mercado sino porque permitiría presentar ante el mundo un escenario financiero andino que mejore la atracción de inversiones directa y en cartera hoy demasiado concentrada en otros destinos a pesar de la denominada "globalización". Entre los países en desarrollo esta concentración discriminadora es manifiesta en el caso del Asia. Y en la región este fenómeno no puede ser más reiterativo en los casos de México, Brasil y, hasta el "default", de Argentina.


Si el único nuevo receptor importante en el área es hoy Chile, quizás una asociación peruano-colombiana a estos efectos pueda cambiar, para mejor el panorama regional en la materia.



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