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  • Alejandro Deustua

UNASUR: Una Extravagancia Bolivariana

Quienes, en el 2004, opinamos que la creación de la Comunidad Suramericana de Naciones era una iniciativa diplomática sin adecuado fundamento de integración no nos equivocamos. Hoy en Venezuela, en el marco de una cumbre sectorial y por iniciativa probablemente "bolivariana", los asistentes han acordado otra extravagante evolución: la creación de la Unión de Naciones Suramericana (UNASUR) que reemplazará a la CSN.


Como muestra adicional de este abuso de la diplomacia de gran diseño, los asistentes a la cumbre venezolana han decidido anunciar el bautismo de tal institución sin haber dado a conocer su proceso de gestación. Y hasta le han otorgado sede (Quito) sin contar con documento constitutivo alguno (éste se acordará recién en una reunión en Colombia).


El extraordinario apresuramiento en la creación de este nuevo régimen, cuya materia de gobierno aún se desconoce, evidencia una alarmante falta de seriedad en quienes han contribuido establecerlo cuando la fragmentación prevalece en la región. Y señala también la clamorosa incapacidad de buena parte de los gobernantes suramericanos a denegar al probable gran articulador (Venezuela) la materialización de tan imprudente emprendimiento (el Brasil apenas ha mostrado dudas sobre la creación de un inefable Banco del Sur).


El adjetivo no puede ser más preciso en tanto la UNASUR parece ser más el resultado de un juego de poder suramericano que de su grado de cohesión. Así, si el término "comunidad" ya era impropio para definir una región en la que el consenso sobre principios básicos se ha erosionado peligrosamente (el caso de la democracia representativa y hasta de la economía de mercado), el término "unión" en el marco de una fuerte disenso sobre la orientación estratégica del área aparece como un espejismo deleznable si no fuera porque anuncia mayor vulnerabilidad.


Además del antiimperialismo, esta caprichosa fantasía surge quizás del intento de no quedar rezagados, digamos, frente a Europa (que transitó de una Comunidad a una Unión Europea). Para realizarlo, los suramericanos, "bolivariamente" liderados, desean intentar nuevamente esa emulación sin transitar por la consolidación de la zona de libre comercio suramericana, la unión aduanera respectiva, el mercado común indispensable y la unión económica consecuente. En lugar de surcar por ese proceso, nuestros presidentes, incapaces de desencantar al señor Chávez, han decidido saltar de una incipiente zona de libre comercio a una pretensión de unión política.


No es ésta una afirmación tecnocráticamente procesalista. Es una imputación más grave. La UNASUR pretende definir en la región un escenario inexistente y consolidar un liderazgo perverso que, además de antisistémico, plantea la desaparición de los magros procesos subregionales de integración cuyo empantanamiento nuestros países desean superar. Si éste es el nuevo disfraz político con que Suramérica quiere cubrir su contenciosa realidad, ciertamente ello no servirá para mejorar la cohesión regional, ni para fortalecer el proceso de inserción externa ni para revitalizar nuestra capacidad negociadora.


Por lo demás, la coyuntura en que se presenta este experimento no puede ser más impertinente. Si consideramos que el 2008 el Perú debe albergar la quinta cumbre entre la América Latina y el Caribe y la Unión Europea, la creación del UNASUR sólo incrementará las dudas sobre la capacidad de representación suramericana.


Y las dudas se transforman en abierta disonancia cuando la columna vertebral del proceso de cumbres regionales originado en el 2000 (el programa de infraestructura IIRSA) ni siquiera es destacada. O cuando las complicaciones de la convergencia entre los miembros de la CAN y del Mercosur no son atendidas.


Por lo demás, la disfuncionalidad del UNASUR se agravará si el señor Chávez, a caballo de su proyecto "bolivariano" y de un antiimperialismo que desprecia los TLC con Estados Unidos, da por enterrado el proceso de integración andino justo cuando la CAN intenta inaugurar el proceso de negociación de un acuerdo de asociación y de libre comercio con la Unión Europea. Chávez agrava esa situación en momento en que los andinos, incapaces de establecer una unión aduanera, tratan de acordar a un sucedáneo ad hoc denominado "punto inicial desgravación".


Finalmente, como muestra anticipada de su inutilidad, debe recordarse que la UNASUR nace en el ámbito de una cumbre energética que no ha producido un solo resultado sobre el mejor acceso a los recursos del sector, sobre su desarrollo y seguridad o sobre el incremento de captación de inversión privada ad hoc.


Es más, tras documentos finales que registran el elogio de una iniciativa pública desemerecida por la ausencia de preocupación por la inversión privada, se esconde una contienda de poder que pretendió legitimar una cartel de productores de gas, un conflicto entre productores de petróleo y de biocombustibles y una fricción geopolítica entre los que requieren de una participación activa en la región de Estados Unidos y los que la rechazan.


No es este el tipo de integración que la región reclama. Los suramericanos deseamos el proceso progresivo, serio y enriquecedor un verdadero mercado común, de una comunidad política que respete los valores liberales y una región adecuadamente insertada en el mundo. Suramérica no está para más extravagancias diplomáticas. Y menos las de origen "boliviariano".



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