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  • Alejandro Deustua

Venezuela: Los Riesgos De La Inercia Antisitémica

4 de Diciembre de 2006



La reelección de Hugo Chávez no ha generado en Suramérica sorpresa alguna salvo por las alternativas extremas de profundización y/o radicalización de la denominada revolución bolivariana que su gobernante anuncia como consecuencia. Probablemente en estos casos nos encontramos sólo frente a una diferencia de grado de una política antisistémica cuya naturaleza Chávez ya definió. Si fuera así, la alternativa entre profundización y radicalización revolucionaria importa poco. Especialmente si ésta ya es inmatizadamente adversa al degradado orden político y económico regional y a sus interlocutores externos principales.


En cualquier caso, la situación política suramericana habrá empeorado mientras que su puntal de estabilidad se habrá reducido a lo que disponga la expansión del actual ciclo de crecimiento (que ya empieza a atenuarse) y a la capacidad de los países que han optado por reformas liberales para mantenerlas.


En cambio, lo que sí aporta la anunciada victoria de Chávez es un golpe adicional a la democracia representativa en América Latina, el fortalecimiento de una barrera que obstaculizará la libertad de los intercambios en el imperfecto mercado regional, el intento de alejar a la región de los valores occidentales y de uno de sus mercados principales (Estados Unidos) y la atracción hacia Suramérica de la fragmentación propia de los principales conflictos extraregionales. Ello ocurrirá independientemente de la aceleración de los cambios en Venezuela. Así, si profundizar la revolución implica en Venezuela la no alternancia en el poder (consolidada a través de una probable reforma que permita la reelección sin término), la concentración de la autoridad en el Ejecutivo (tendencia que, en ausencia de oposición legislativa, continuará por lo menos hasta las próximas elecciones parlamentarias), tutela sobre los organismos jurisdiccionales y control político de las fuerzas armadas y de las empresas públicas, a Venezuela le esperar más de lo mismo. Es decir más confrontación con intra y extraegional.


Con un agravante: la legitimación de ese modelo de democracia meramente electoral que avala el autoritarismo personalizado agudizará la progresiva aproximación del resto de la región a los modelos de democracia directa o participativa que, hasta el 2001, América Latina había recusado.


De otro lado, si la profundización de la revolución bolivariana implica incrementar la disposición redistributiva por una autoridad central que, en aras de la solidaridad, postergue las leyes de la oferta y la demanda, la economía de mercado involucionará más en Venezuela conforme crece el ingreso de la renta petrolera. Y como ella es de alrededor de US$ 20 mil millones de dólares según el propio Chávez, la exportación de un modelo económico que recurre al trueque en el comercio exterior, al rescate político de empresas extranjeras, a la compra de bonos de economías vecinas como medio de influencia y a la inversión del Estado venezolano en el exterior como alternativa a lo que normalmente se entiende como inversión extranjera, la “exportación del modelo venezolano” podrá incrementarse en la región.


Entonces la influencia así adquirida y la capacidad de proponerla adicionalmente como “modelo de integración” tenderá a impactar más fuertemente a los socios venezolanos en el área. De esta manera, las economías más expuestas a la influencia chavista (p.e.Bolivia) tenderán, a través de sus gobiernos, a incrementar el alineamiento con su matriz mientras que procesos de integración en los que Venezuela es miembro (como el Mercosur) se sentirán más tentados aún a subsanar con las virtudes de la “dimensión social del mercado” la precariedad de sus intercambios.


Adicionalmente, si esta dimensión del “socialismo” venezolano no respeta los fundamentos de la “economía social de mercado”, los procesos de integración regionales influidos por él se orientarán en dos rumbos. Primero, debilitará los esfuerzos de consolidación de los precarios mercados de escala. Segundo, los participantes en esos mercados se sentirán inclinados a cambiar el trato diferenciado según los niveles de desarrollo por superestructuras adicionales de naturaleza redistributiva en las que el dueño del dinero manda.


En esa perspectiva, la fricción con los principales mercados extraregionales podría incrementarse en tanto éstos sean considerados como políticamente impropios retroalimentando las tendencias proteccionistas que hoy se asientan en aquéllos (especialmente en Estados Unidos).


Y, en tanto las debilidades de la primera potencia y la condescendencia de las transatlánticas, hoy incrementadas por su vulnerabilidad en escenarios extraregionales, se manifiesten a favor de un proceso como el venezolano, la negociación derivada (allí está la propuesta de Cuba) tenderá afectar a los socios regionales que comparten valores con Occidente. Los requerimientos del realismo político aumentarán entonces en la región como una reacción de las potencias mayores a su trato con interlocutores como Venezuela.


El riesgo implícito en esa evolución no devendrá entonces sólo de Venezuela, sino de las vinculaciones del gobierno de ese país con Estados que, deseando ser reconocidos como potencias emergentes (Irán, Corea del Norte), son profundamente antisistémicos por razones de poder antes que de equidad internacional.


Cuando los divididos Estados suramericanos intenten reaccionar quizás sea ya demasiado tarde para intentar una consolidación regional. La fragmentación se habrá impuesto en América del Sur. Es bueno tomar nota de ello. Especialmente si la oposición venezolana se vuelve a dividir y si los principales Estado suramericanos se acercan a Venezuela sin reserva alguna.

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