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Alejandro Deustua

Xi en Moscú

22 de marzo de 2023



El cambio del balance del poder mundial suele ser más visible que el cambio sistémico. Si aquél brilla hoy en Moscú con menor luz que la esperada durante la visita del presidente chino, éste no es menos relevante bajo las circunstancias.


La “amistad sin límites” sino-rusa acaba de fortalecerse en la vitrina global cuando la perspectiva occidental es unánime en establecer que Rusia no está ganando la guerra en Ucrania y que está aislada, el compromiso norteamericano y europeo de aprovisionamiento bélico a Ucrania se incrementa (no sin reparos) y la imputación de Putin por la Corte Penal Internacional resta a éste legitimidad entre los Estados que forman parte de esa entidad.


En ese marco, el presidente Xi ha mostrado en Moscú que planificar la guerra y el futuro de Europa del Este y de Eurasia sobre la base del aislamiento ruso puede ser un error estratégico. Al fin de cuentas, China no sólo ha confirmado su respaldo a Rusia sino que lo ha hecho también para lograr cooperación frente a los “actos de hegemonía dañina, dominación y prepotencia” contra China, apresurar la emergencia de un orden multipolar (cuyo proceso está en marcha) e impulsar una multilateralismo más democrático. La visita de Xi a Putin se ha realizado con una visión del mundo de largo plazo y de su propia situación en conflicto con la norteamericana y europea en medio de una guerra.


Aunque de la reunión sino-rusa no ha surgido una alianza en forma (China no desea una alianza manifiestamente antioccidental), el encuentro puede haber marcado el punto de inflexión de una nueva relación “Este-Oeste” (según el argot periodístico) y de la confrontación eslava.


La relación “Este-Oeste” es, en este caso, más bien metafórica porque en el “Este” hay poco alineamiento y mucha fricción. Ello se debe a la resistencia de India, Japón, Corea del Sur y los países del Sudeste Asiático al “avance” chino en términos de consolidación territorial (p.e. Taiwán), a la expansión marítima (los conflictos del mar del sur de la China), a la pretensión hegemónica china y la ampliación de su área de influencia (el programa de la “nueva” ruta de la seda que, en su versión extendida, incluye a países como el Perú).


A ello se suman coaliciones temerosas de la expansión china. Al AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos) en el Pacífico se agrega el QUAD (India, Japón, Estados Unidos y Australia) en el Indopacífico (ésta última dinamizada hoy por aproximaciones entre Japón e India). De intensificarse la confrontación en esas áreas, los mecanismos de integración y cooperación económica en la cuenca del Pacífico, de los que el Perú forma parte, (APEC, TPP 11) pueden quedar afectados.


En relación al “plan de paz” presentado por China en febrero pasado como marco de solución para el conflicto en Ucrania, éste no ha logrado aceptación en Occidente aunque el presidente Zelensky sí ha deseado discutirlo con Xi bajo sus propias condiciones. Al respecto debe decirse que China no presentó ese documento como el esbozo de un acuerdo sino como su posición para el término de la guerra. En cualquier caso, éste parece tener algún silencioso respaldo de un conjunto de países que no intervienen en el enfrentamiento pero que han condenado, en la ONU, la invasión rusa.


Si ese planteamiento lograra activarse con las adiciones que se requieran, el rol de China podría evolucionar desde el de un socio estratégico ruso que no ha condenado la invasión al de un semi-mediador. Dado su status de potencia, ese rol no se limitaría a aproximar a las partes sino que podría estimular los términos del acuerdo por vías que, dada la asimetría con el socio, podría incluir el apremio a la propia Rusia.


Pero para que ello ocurra no basta romper el silencio con que se trata la materia. Cuatro condiciones esenciales deberían satisfacerse.


Primero, el retiro ruso del territorio conquistado (ello es improbable, aunque las condiciones del “retiro” deberían poder discutirse). Segundo, el respeto a los intereses de seguridad rusos que implican no limitar con un Estado históricamente vinculado que recibe extraordinario respaldo de la OTAN y de la Unión Europea (muy difícil a la luz de las realidades de Finlandia y los países bálticos que ya limitan con Rusia con esos respaldos). Tercero, la neutralización de, por lo menos, parte del territorio rusófilo (probable si las potencias occidentales recuerdan que las zonas de influencia y los “buffer” siguen siendo parte de la realidad internacional).


Y cuarto, que los beligerantes (que dinamizarán su agresividad en esta primavera), tengan alguna certeza de que no lograrán sus objetivos sólo por la vía militar o que el logro de algunos de ellos costará menos por la vía de la negociación (ese momentum no existe aún).


Si China encuentra ese momentum, su rol como potencia incrementaría su influencia en Europa. Sin embargo, la rivalidad sistémica impedirá que ello ocurra en tanto Estados Unidos considera, con razón, que la potencia asiática como el adversario principal.


De otro lado, es probable el apoyo implícito de potencias menores a una solución próxima de un conflicto que impacta negativamente la economía global y la seguridad energética y alimentaria de esos países. Pero ese apoyo tendría el costo de la consolidación de la presencia china bajo condiciones que centralizan en esa potencia los mercados de exportaciones primarias y el origen de buena parte de la inversión llevando consigo el impulso a un alineamiento no deseado. Nuestras economías conocen las consecuencias del predominio económico de grandes potencias si éste carece de alternativas que hoy parecen menos dinámicas.


Por lo demás, durante la visita de Xi a Moscú se han consolidado vínculos que permitirán a Rusia completar la reorientación de su comercio exterior (Rusia reemplazará a Arabia Saudita como primer proveedor de petróleo a China y se construirá un nuevo gasoducto confirmatorio de la nueva relación), incrementar la producción industrial en Siberia y mejorar el acceso financiero y el aprovisionamiento militar a cambio de tecnología, seguridad energética y de otras facilidades de infraestructura.


Esta innovación en marcha ya ha alterado la geopolítica de la zona. Y el balance de poder global ha cambiado, no necesariamente para mejor.


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